[CRÓNICA + FOTOS] Depeche Mode en Barcelona: rock para devotos

Depeche Mode volvieron el jueves pasado a Barcelona, sabiendo que la conquista estaba asegurada. Con 37 años de carrera a sus espaldas, poca presentación les hace falta a estas alturas. Tampoco parece importar mucho cual sea su último disco: en este caso, Spirit, que ha salido a la luz este mismo año y ha tenido mejor acogida que Delta Machine. El público les ama, ellos se vuelcan en cada visita, y quien les haya visto en directo ya sabe de sobras que un concierto suyo es una de las sensaciones más placenteras que existen para todo melómano con la suficiente amplitud de miras.

Pero que uno sepa que tiene el partido ganado no quiere decir que no pueda pasárselo bien ofreciendo espectáculo. Y en ese sentido aunque tienen todo a su favor ya solo con las canciones, Depeche no se conforman con ser un numero nostálgico y les vemos buscar el reinventarse con cada visita. Quizá por eso son de las pocas grandes bandas que a día de hoy se niegan a repetir idéntico setlist noche tras noche en sus largas giras, quizá por eso trazaron uno de los repertorios más rockeros y bien paridos que les hemos visto en tiempo ante un Palau Sant Jordi lleno hasta la bandera y lo defendieron con uñas y dientes.

El concierto comenzó entre proyecciones coloridas y psicodélicas al ritmo de la reinvindicativa Going Backwards, con el vocalista apareciendo mesiánico (al principio apenas era una silueta tras el discreto Andy Fletcher) para en seguida saltar a la palestra en modo showman desde el primer segundo, bailando en la oscuridad, queriendo a su público y claro está (no vamos a engañarnos, ahí está su encanto) queriéndose a sí mismo. En It’s Not Good y Barrel of a Gun ya se acabó de desplegar su vertiente más provocadora, su apabullante confianza en sí mismo. Dave es algo así como el rockstar cabaretero por excelencia, tan excesivo como auténtico en gestos y estética, dando vueltas por el escenario con los brazos en cruz, desatado, desde los primeros acordes. Da igual que le hayas visto otras veces, siempre impresiona constatar la escandalosa facilidad con la que lleva a las primeras filas al delirio con los gestos más simples: acercarse al borde del escenario, con un pie sobre una pantalla, agarrararse el paquete con gesto burlón o abrirse un poco más de la cuenta su americana azul mientras cantaba junto a Martin Gore. El escenario es suyo. Martin, por su parte, parece estar cómodo dejando a Dave todo el peso del espectáculo, dedicándose a su guitarra custom en forma de estrella, a apoyar con esos coros angelicales sin los que las canciones no serían las mismas. Haciendo que todo suene como tiene que sonar, aportando el contrapunto dulce y tranquilo al torbellino animal de Dave. El resto de la banda hacía lo propio, cada uno ensimismado en sus instrumentos, sobrios, quizá dando por hecho que como Dave hace tan bien lo suyo, mejor dejárselo a él. La única excepción: un Christian Eigner pletórico que esta vez traía bajo sus baquetas la sorpresa de la noche: unos ritmos muy metaleros, grandes responsables de insuflar nuevo brío hasta a los temas más poperos, y haciendo que todo sonara más duro, más crudo, más rítmico de lo que jamás hubiéramos esperado.

En seguida se vio venir que la noche iba a ofrecer una sólida mirada a los hits de los 90, quizá los más oscuros y rockeros de la carrera del grupo, centrándose en ese gran disco a quien el tiempo le ha dado el peso y reconocimiento que merecía: Ultra. Hasta cinco temas del mismo llegaron a sonar. Además de las dos iniciales ya mencionadas, descorcharon Useless, que sonó sinuosamente seductora ante las proyecciones de su videoclip e Insight, emocionante con Martin al volante. Qué elegancia. Aunque el momento de mayor brillo para Gore, como no podía ser de otra manera, sería Home, la mejor balada que han creado Depeche, perfecta en su mezcla de ternura y oscuridad. Seis minutos de protagonismo absoluto (ni las proyecciones distraían de su figura y de su voz) que culminaron de manera increible: con Martin avanzando en la pasarela, guiando cual maestro de orquesta a un público enfervorizado, dispuesto a corear la melodía de guitarra del cierre de la canción hasta el infinito.

Depeche tiene mucho más que ofrecer que canciones de baile, quizá por eso siguieron con una de esas canciones “segunda espada”, que sin ser un hit al uso, es un pequeño clásico de culto de los devotos de toda la vida: In Your Room, a la acompañó deliciosamente a pantalla completa el talento de una pareja de bailarines viéndoselas en las distancias cortas dentro de una habitación, en una especie de tango gótico: pura sensualidad de vanguardia. Demasiado tocados nos quedamos con esa combinación, hasta el punto de que Where’s The Revolution quedó algo desvaída a continuación y el público solo se volvió a meter de verdad dentro del concierto con una rompepistas ochentera en toda regla: Everything Counts. A partir de ahí acabaron de sacar la artillería pesada con tres himnos clásicos que llevarían al público al éxtasis hasta el bis: Stripped, el Enjoy The Silence y Never Let Me Down Again. Esta última provocó un verdadero tsunami de brazos en alto escalofriante. Si una vista así no te impresionaba, si no levantaste los brazos y los agitaste violentamente a lado y lado hasta casi marearte, es que no tienes sangre en las venas.

Para empezar el bis, Martin volvería a rebajar algo las revoluciones con un Strangelove fiero en intenciones aunque desnudo en forma: solo le acompañaba el piano. Tras ese descanso, Dave volvió a tomar el timón una última vez para sacudirnos con Try Walking In My Shoes. A la batería, Eigner empezó a dejarnos boquiabiertos con unos arreglos rítmicos que le dieron un giro industrial que casaba a la perfección con el fantástico video que veíamos en las proyecciones, una representación gráfica perfecta del sentido de la canción. El culmen de su buen hacer aún estaba por llegar, eso sí, con A Question of Time, que sonó casi poseída por el improbable espíritu de Billy Idol, en el que al público se le oyó casi más que al propio cantante.

Tras todo lo vivido, solo había una opción para subir la temperatura aún un poco más y mandarnos a la cama calientes: acabar con Personal Jesus, hacer temblar los cimientos del mismísimo Palau a fuerza de hacernos saltar, patear contra el suelo, unidos por esa ceremonia de luz y oscuridad llena de alma. Devotos para siempre.

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About Rosario López

Autodidacta, su pasión por la música y la fotografía desde que tiene uso de razón ha desembocado en su especialización como fotógrafa de conciertos. Empezó a inmortalizar momentos decisivos desde el foso para varias publicaciones online en 2008. En 2013 fundó Flashes And Sounds para dar rienda suelta a su pasión por el periodismo musical. Cree en las fotos que se pueden escuchar.
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