Japón es país de contrastes. El país del sol naciente se enorgullece de tener los gadgets más pequeños y los más grandes monumentos, allí podemos encontrar un enclave urbano por el que pasan dos millones de personas al día pero también los más recónditos rincones en los que abrazar a la madre naturaleza; suya es la tecnología más avanzada en casi todas sus vertientes, pero ésta coexiste con las tradiciones y la estética más ancestrales. La banda de post-rock MONO son quizá los mejores embajadores musicales de Japón, la máxima expresión de esa maravillosa dualidad que todo allí destila, y el sábado, en Barcelona, venían a hacernos una exhibición presentando sus dos últimos discos: The Last Dawn y (benditos contrastes) Rays of Darkness.
Con la sala en penumbra y una entrada mayor que en la anterior visita de los japoneses, hace ahora dos años, sería Helen Money la encargada de poner a tono la noche. El directo de la angelina, que ha colaborado con Jarboe entre otros, era a priori minimal a más no poder: se enfrentó al público a solas con su violoncelo y una impresionante pedalera de efectos que nada que tenía que envidiar a las de los cabeza de cartel de la noche.
Pero la aparente simplicidad de su puesta en escena se acabó transformando en siniestros juegos de cuerdas, en notas afiladas al límite y que recordaban mucho más a la oscuridad de grupos como Tool o Neurosis que a la música clásica. Su destreza disparando loops y pregrabados y sus avances entre las cuerdas dejaron muy buen sabor de boca, con temas como Every Confidence, ante un público que ya desde su actuación supo respetar con un silencio impresionante la labor de los músicos.
MONO salieron a escena entre tenues luces azules y del más puro silencio nacieron, casi imperceptibles al principio, las primeras notas de Recoil, Ignite, canción que parece condensar a la perfección la complejidad del grupo. Trece minutos de sensibilidad a flor de piel, de belleza, drama, melancolía y furia en que los cuatro nos llevaron de la mano por senderos emocionales por transitar, y que acabó en una explosión noise que nos dejó noqueados.
Mientras los más sensibles aún nos secábamos la primera lagrimita de la noche, asomó tímidamente Unseen Harbor, himno de tintes melodramáticos recuperado de su disco anterior, For My Parents. Con Tamaki tras teclados llegó Kanata, joya minimalista de reciente factura, y sus delicadas progresiones fueron la perfecta calma tras la tormenta inicial.
Para cuando comenzó Pure As Snow, a la que seguiría Where We Begin, ya estábamos completemanete inmersos en el mundo del cuarteto, sin poder apartar los ojos de Taka que, desatado, saltaba de su taburete para abusar de su pedalera y blandir desafiantemente su guitarra entre apocalípticos flashazos.
Igualmente hipnótica era la belleza auténticamente japonesa de Tamaki, que vestida de negro destacaba en el escenario, delgada y delicada como un arreglo floral de ikebana, mientras tocaba el glockenspiel durante el comienzo de Ashes in the Snow. Su aparente fragilidad se tornaba determinación al verla sacar lo mejor de su bajo Gibson balanceándose con los ojos cerrados, casi poseída por el sonido de su propio instrumento entre el rugir del crescendo final de la canción.
Pero la luz se acabaría abriendo paso entre las tinieblas y lo haría con Everlasting Light, broche final para un concierto impecable en lo técnico y memorable en lo emocional. El amalgama de sensaciones que nos abordaron durante el concierto promete quedarse con nosotros durante mucho tiempo. Que así sea.
CRÓNICA Y FOTOS: ROSARIO LÓPEZ
Pingback: [VIDEOS] Nuestra selección del Dunk! 15 - Flashes And Sounds