06/03/2019. Sala Barts, Festival Mil·leni. Promotor: Concert Studio. Crónica: Mariano Antón. Fotos: Rosario López. Se presenta Toundra ante el numeroso público que (casi) llena la sala Barts, en el marco del heterogéneo Festival del Mi·leni, el primero de los conciertos en su nueva gira española tras el periplo europeo. Intro con Breathe de Pink Floyd que nos recuerda ser precavidos, tomar aire y prepararnos para lo que se avecina, miradas cómplices a las primeras filas y, como toda buena tormenta, arranca con una potente descarga eléctrica.
La salida a escena de Esteban, Macón, Alberto y Álex está repleta de sonrisas, anticipo de una noche especial; los madrileños juegan en casa en sus visitas a Barcelona y el público en esta ocasión es prácticamente en su totalidad autóctono, ausencia de expats y Erasmus tan habituales en otras propuestas, que no deja de contrariar en un grupo que justo viene de girar por el extranjero.
El inicio con Cobra y Tuareg ya adelanta un presagio que más tarde se confirmará: la mitad del setlist es un repaso a su último LP Vortex (Inside Out, 2018), algo que por otra parte no deja de ser una excelente noticia, ya que su vuelta al proyecto Toundra después del singular paréntesis junto con el Niño de Elche en Exquirla es uno de los mejores discos de la formación y supone una cierta ruptura con algunas de las convenciones del Universo Toundra. Es el primer disco con un título que sea algo más que el orden en números romanos (aunque se mantiene la V referente al quinto disco en el título) y que hace relación a una anécdota de una sala de conciertos en la que lograron una especial conexión con el público; la portada del disco, así como los títulos de algunas canciones, evocan un viaje en terreno inhóspito, misterioso desierto vigilado por un enorme sol eclipsado; por último, en la parte creativa supone la consolidación del estilo de la banda y la única concesión estilística es la inclusión de una caja de ritmos en algunos pasajes.
¿Qué pondría uno en la maleta si se aventurase a iniciar el viaje propuesto por Vortex? En Toundra lo tienen muy claro, y el kit imprescindible incluye goce, disfrute, hedonismo sonoro en definitiva. Hay algo de sitio en esta maleta para la introspección y la gravedad, pero poco y, sin estar en el doble fondo, tampoco ocupa un lugar preferente. El grueso del equipaje lo conforma: por una parte una solidísima base, argamasa rítmica macerada por Álex y Alberto (batería y bajo respectivamente) que no dan tregua en ningún momento, tan sólo para operar la caja de ritmos antes comentada por parte de Alberto, algo inadvertida; por otro lado, guitarras exploradoras que van recorriendo melodías como senderos aledaños al camino principal, se alejan y vuelven, a veces para rápidamente volver a marchar de la ruta principal, y así van jugando Esteban y Macón toda la noche con el público. Momentos de comunión del grupo en el centro del escenario, las sonrisas de los integrantes del mismo compitiendo en amplitud con las del público y demostraciones de cariño en todas direcciones, catarsis colectiva antes de la recta final.
Entre los recuerdos a la obra previa a Vortex, están Bizancio, Kitsune, Cielo Negro y Magreb, momento para tomar aire brevemente con el inicio tranquilo de Kingston Falls. El final de ésta nos sirve de preparación para el verdadero motivo de este viaje, que no es otro que llegar al clímax sónico y rítmico con Mojave y abrazarnos unos a otros felices por el camino recorrido.
El directo de Toundra es contundente y honesto, persigue el disfrute de músicos y público y generar entre ambos una conexión temporal de felicidad, marcar una sonrisa camino del metro y hacer planes para su próxima visita o, directamente, buscar los próximos conciertos por el resto de la península.
En la previa Malämmar ofrecieron una notable actuación llena de distorsión contenida y ritmo seco. Fraternidad y también complicidad con el público, y una puesta en escena sencilla con cierto histrionismo postural bien entendido. Grupo a seguir.
