Los fans barceloneses más veteranos de Russian Circles quizá hayamos perdido la cuenta de cuantas veces les hemos visto ya: por suerte para nosotros siempre nos tienen en cuenta en sus giras y nuestros amigos de la promotora To Be Confirmed siempre hacen posible que los podamos ver por aquí en las mejores condiciones.
Para alegría nuestra, esta gira europea no ha sido menos y el pasado martes pudimos verles en la Sala Bikini de Barcelona. Russian Circles habían tocado en La [2] de Apolo en sus últimas cuatro visitas anteriores, donde ya se les veía en su última visita, pero en esta ocasión el escenario cambiaba a la también excelente Sala Bikini.
La noche la abrieron Helms Alee, trío mayoritariamente femenino (batería y bajista). Nos ofrecieron una notable actuación en la que abundaron las referencias a su último trabajo, Sleepwalking Sailors, editado con el mismo sello de Russian, el excelente Sargent House. Siempre he pensado que tienes que estar bastante seguro de ti mismo como baterista para poder telonear a Russian Circles, y precisamente por eso quizá lo que más me llamó la atención de Helms Alee fue el trabajo de Hozoji Margullis tras el kit de batería, una demostración de agilidad, energía y confianza en sí misma que metía al público en el concierto desde la primera canción con su contundente manera de tocar.
Durante su actuación, Helms Alee demostraron lo variopinta que puede llegar a ser su paleta estilística, y para alegría del público más abierto en ese aspecto nos llevaron sin pudor del sludge al rock con influencias noventeras y líneas de bajo a lo Kim Deal, a temas liderados por las amenazanates voces de Ben Verellen, pasando por himnos de sorprendente desarrollo con abundancia de guiños al math rock o a las harmonías vocales de Hozoji y Dana a lo Siouxsie Sioux. En su entusiasta puesta en escena y en esa variedad están en mi opinión las mayores bazas del grupo, y quizá por eso el concierto pecó de falta de ritmo cuando enlazaron seguidas tres de sus canciones más cercanas al stoner y sludge, pero aún así dejaron muy buen sabor de boca y les seguiremos de cerca a partir de ahora.
Con la sala ya tomada por una muy buena entrada, llegó la hora de ver a los de Chicago. Antes de que nos pudiéramos dar cuenta ya estábamos sumidos en esa familiar mezcla de penumbra y humo, y sobre el escenario destacaban las tres siluetas de Dave Turncratz, Mike Sullivan y Brian Cook. Como nos demostraron en su concierto del verano pasado en Irlanda, empezar el concierto con Deficit es el equivalente de pegar un puñetazo sobre la mesa, una demostración de fuerza que, no obstante, esta vez no acabó de despeinarnos como debería, lastrada por problemas de sonorización que hacían que la guitarra se perdiera tras el bajo y la batería.
A Mike se le notó algo frustrado por ello desde el principio, no había más que ver los constantes gestos al técnico de sonido durante los primeros temas del concierto, y esa extraña incomodidad pareció extenderse al resto de la banda, que aunque tocó solventemente no parecía estar disfrutando el concierto como acostumbran a hacer. Por suerte a partir de Harper Lewis tras una rápida visita a la mesa de sonido, Mike volvió a sonreir y el pulso del concierto cambió durante el resto del set: por fin con la misma confianza de siempre, los tres titanes volvieron a embrujarnos con sus atmósferas sublimes. Con Dave Turncratz ya más suelto, en pleno control de su toque endiablado tras el set de batería, les vimos desgranar lo mejor de su catálogo, desde Station hasta Mlàdek, pasando por 1777 o Geneva.
Es complicado poner palabras a lo sentido con ese segundo tramo del concierto: en directo la música de Russian Circles se asemeja a un animal salvaje, un caballo al galope que no obedece órdenes y que lejos de ejecutar trucos programados consigue pillarte desprevenido tras cada recordo en el camino. ¿Metal, math-rock, post-rock o rock setentero? Qué más da la etiqueta cuando te cierran el concierto con todo un himno como Death Rides a Horse, con el respetable desarmado como si fuera la primera vez ante sus intrincados desarrollos de poderío indescriptible. Y el final rítmicamente apocalíptico de la pieza hizo el resto: después de eso una no pudo más que dejar a un lado posibles desajustes agridulces iniciales y rendirse ante la evidencia de que lo que estos genios consiguen con tres instrumentos les hace únicos en su especie, y, probablemente, los grandes reyes de su género. Chapeau.
CRÓNICA Y FOTOS: ROSARIO LÓPEZ