2012 les vio aparecer en el mapa del rock instrumental con fuerza gracias a su prometedor debut Drawing A Future. Desde entonces los barceloneses Syberia han vivido todo tipo de alegrías, como sus giras nacionales y europeas y el tocar en festivales de todo tipo, pero también han sufrido cambios de formación, incertidumbre y no pocas dificultades que la banda ha acabado sorteando en lo que solo se puede describir como un ejemplo de superación.
Quizá por eso su segundo disco, editado a través de la discográfica francesa Debemur Morti Productions, se llame Resiliency (algo así como “la capacidad para superar las situaciones adversas”), y para alegría del oyente el espíritu general del disco parece estar tocado por ese incontenible afán de supervivencia como banda, la nota positiva de que pase lo que pase, gracias al esfuerzo y la perserverancia siempre hay una luz al final del túnel.
El álbum cuenta con diez canciones ordenadas de manera que parecen fluir como un único caudal de energía, un río lleno de sutiles remansos y violentas corrientes subterráneas por las que dejarse arrastrar, y la variedad de los cortes abstrae al oyente hasta el punto de que cuando te quieras dar cuenta ya estás inmerso en el tema que cierra el disco y con ganas de volver a montarte en su montaña rusa sónica.
Precisamente por esa armonía que se desprende del conjunto, se haga difícil de escoger un tema que resalte sobre el resto, ya que las cotas de emoción no bajan en todo el disco. La inicial Desertica te mete en el disco sin esfuerzo, guiando al oyente de la mano con esas guitarras que dibujan misteriosos arabescos, para luego dejarte noqueado con la posterior explosión del tema y su final optimista. Aram Chaos bordea el shoegaze llevada por melodías evocadoras, para acabar en uno de los crescendos más memorables del disco, con la sección rítmica en pleno apogeo, y Ashfall cumple su cometido como pausa necesaria para airear los oídos antes del cambio de tono que supone Hiraeth. Ésta es una de las piezas más luminosas del disco, con un poso preciosista claramente post-rock llevado a cabo con gran elegancia. Así le llega el turno a Taunus, quizá lo más cercano a un hit que tenga el disco (un hit de más de 8 minutos, que a fin de cuentas esto es rock instrumental). Gracias a una pegadiza línea de guitarra de aires casi célticos inicial y el uso de teclados etéreos que te pondrá el vello de punta, te sube a bordo desde las primeras notas y ya no te querrás bajar: es una pieza cálida y vigorizante, de sangre caliente, que permanecerá en tu cabeza largo rato después de escucharla. Una verdadera fiesta para los oídos, con “batucada” final incluida y la batería mandando a placer. Black Olympics es una justa sucesora, enérgica y directa como pocas, con ganchos de guitarra que mantienen el entusiasmo de quien la escucha y un final electrizante que te levantará del suelo. Tras otro corte de transición, la delicada Fortress, llegamos al tema que da nombre al disco, sensibilidad a flor de piel y como era de esperar uno de los temas más maduros del conjunto, de raíz rockera, tan sencillo en su planteamiento como efectivo. Herboren es quizá el mayor contendiente de Taunus al título del “single del disco” con un pulso inicial de math rock contagiosamente feliz y desenfadado que te empujará a bailar, fórmula instantánea para el bueno rollo en forma de canción. Con Hyperion llega el serpenteante final, una mirada atrás al conjunto de emociones que nos ha despertado el resto del disco y que nos deja con la imperiosa necesidad de darle al Play de nuevo.
En esta web escuchamos todo tipo de rock instrumental, pero podemos decir sinceramente y desde ya que este es uno de los discos imprescindibles del género para 2016. Como no queremos que nos tildéis de exagerados, os invitamos a que lo escúchéis vostros mismos: embárcaos en el viaje.
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