[FOTOS + CRÓNICA] Roger Waters “Us And Them” en Barcelona: la noche de los recuerdos esenciales

14/04/2018, Palau Sant Jordi, Barcelona. Promotora: Live Nation Barcelona. Crónica y fotos: Rosario López.

Todos hemos vivido experiencias que te impactan tanto a nivel emocional que se convierten en recuerdos esenciales que quedan suspendidos en nuestras mentes, intactos a pesar de los años como una cápsula atemporal perfecta, parte de lo que eres para siempre. Uno puede cerrar los ojos y encontrarse inmerso en ellos, como teletransportado en el espacio y el tiempo, puede volver a estar allí, ver, oler, sentir el momento como la primera vez.

Cuando una banda ha tenido la larga carrera y el calado artístico y social que ha tenido Pink Floyd, sería absurdo no reconocer que su música estará presente en las vivencias de generaciones enteras que han crecido, se han enamorado o han envejecido con ellos. Muchas de esas personas estaban en el Palau Sant Jordi el viernes y sábado pasados, en el comienzo de la gira de Roger Waters, dispuestos a darlo todo en un último baile con el maestro mientras miraban hacia dentro y hacia atrás, en una ceremonia del recuerdo particular.

Yo, sin ir más lejos, recuerdo muy claramente escuchar uno de los discos de mis padres, a los siete u ocho años, tirada en la cama, y dejar volar mi imaginación de la primera a la última canción como nunca lo había hecho antes. Y la cara de sorpresa de mi padre cuando, días después, le pedí que me volviera a poner ese disco, “la cinta del arcoiris” como la llamé yo, que no era otra que la de The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. Más intenso es todavía mi recuerdo de ver a Roger Waters en concierto por primera vez, décadas después (fue en 2007), en la gira dedicada ese mismo disco: el ver cómo esas canciones se volvían algo físico y más vivo que nunca, huídas de la cinta de cassette, llenando el Sant Jordi y sobrevolando nuestras cabezas era como cerrar un círculo.

Pero Waters tenía mucho más que ofrecernos que ese círculo, ya nos lo había demostrado con su última visita a nuestra ciudad, con la también excelente gira del otro gran buque insignia de Pink Floyd, el archiconocido The Wall. Y han tenido que pasar siete años más para que Waters nos trajera la gira Us And Them, la que ya anunció que sería la última para él, y establecer con ella en las mentes de todos los que nunca vimos a los Pink Floyd  el recuerdo definitivo del concierto perfecto. Porque lo que consiguió Waters el sábado fue una gesta que no está al alcance de cualquier artista: la de desgranar con cariño las canciones estelares de su carrera, con abundancia de temas de Pink Floyd, y a la vez denunciar el preocupante caos en el que está sumergido el mundo, pero de una manera sobrecogedoramente bella, y compartirlo a la vez en una experiencia personal para cada uno de los asistentes.

La primera mitad del concierto se desarrolló con una cuidada escenografía pero con toda la atención puesta sobre la banda y sus canciones. En una pantalla tras el escenario y entre juegos de luces, con cada canción se mostraban imágenes psicodélicas de la banda en directo. Pero aparte de esa pantalla no hubo demasiados artificios ni golpes de efecto, ni falta que hizo. Breathe estrenó el setlist con las emociones a flor de piel y un sonido cristalino que se sentía como un masaje. One of These Days subió las revoluciones mientras Roger caminaba arriba y abajo del escenario, saludando a su público mientras tocaba. Time presagió a continuación la envergadura de la velada que nos quedaba por delante, y era difícil no comenzar a viajar entre recuerdos personales mientras la carga de reflexión vital de la letra de la canción se reflejaba en cómo Jonathan Wilson, de 43 años, y Waters, 74, y de voz rugosa, la cantaban mano a mano. Y todo para acabar desembocando de nuevo, como un río calmado, en Breathe: vello de punta todo el tiempo. Su continuación natural, The Great Gig in The Sky, nos mantuvo en vilo con la magnífica interpretación de Jess Wolfe y Holly Laessig del famoso solo vocal mientras las observábamos fundirse con las estrellas.

El punto apocalíptico de Welcome to the Machine y sus clásicas proyecciones setenteras pinkfloydianas dieron paso a tres canciones del último disco de Waters, Is This The Life We Really Want?, en el que tomó el mando la naturaleza reivindicativa y política de su trabajo en solitario, y entre los cuales brilló especialmente The Last Refugee con un video protagonizado por una bailarina, lleno de significado sobre las víctimas colaterales de los juegos de poder imperialistas. Wish You Were Here nos devolvió a la vertiente más melancólica del show, capitaneada por Waters a la acústica y con una voz tan vivida que aún llegaba más adentro. Tras él, la belleza melancólica de dos manos que buscaban estrecharse y que se desintegraban cuando estaban a punto de lograrlo. La última canción antes del descanso fue Another Brick in the Wall y trajo su propia sorpresa: los presos de Guantánamo en sus monos naranjas que se alinearon ante la banda y las proyecciones al comienzo del tema resultaron ser al llegar el estribillo niños barceloneses que  se revelaban contra sus profesores puño en alto, mientras marchaban por el escenario y se deshacía de sus monos para mostrar sus camisetas, llamándonos a todos a RESISTIR.

La segunda parte del concierto tras el descanso empezaba entre sonidos envolventes de helicópteros y protestas callejeras, para darnos paso a la puesta en escena más psicodélica e impresionante del concierto. Como si no fuera un lujo de por sí escuchar a estas alturas la mitad del Animals, los temas Dogs y Pigs (Three Different Ones), lo hicimos teniendo ante nosotros una fiel representación de la central de la mítica Battersea Power Station, en formato pantallas colgando sobre la pista, con chimeneas humeantes incluídas. Los dos grandes himnos progresivos fueron también los más oscuros y la parte de mayor carga política del setlist, en especial Pigs, como era de esperar. Con ella, además de recibir la visita del famoso cerdo-zepellin, las pantallas de Battersea pasaron a no dejar títere con cabeza entre los principales nombres de la política mundial, convirtiendo a Donald Trump en cerdo ante nuestros ojos, bombardeándonos con “citas célebres” de Trump entre luces estroboscópicas y acabando con la contundente frase en castellano TRUMP ERES UN GILIPOLLAS.

Money siguió con el tono anticapitalista, con Roger Waters brindando ante el público con una copa de cava “a la salud” de la clase política que empobrece a gran parte del mundo. Us And Them, por su parte, fue uno de los momentos más escalofriantes de la noche, el contraste perfecto entre la belleza de la música espacial que sonaba y las letras que coreábamos y el dolor reflejado en fotos de damnificados por la guerra y el muro de Cisjordania. Con Smell The Roses, de su último disco en solitario, tuvimos un necesario respiro antes del colofón final que estaba por venir. Era impresionante notar como todo el público pareció suspirar al dar comienzo Brain Damage, mientras una luna metálica teledirigida orbitaba por el Sant Jordi, reflejando las luces de los focos, y cómo miles de voces cantaron I’ll see you at the dark side of the moon al unísono. Al acabar los coros y empezar Eclipse, un prisma triangular gigante se materializó sobre la pista, hecho de humo y luz. Si no sentías un escalofrío enorme mientras el arcoiris bajaba desde la cumbre del prisma hasta las cabezas del público, es que no tenías sangre en las venas. La ovación al terminar la canción fue tan grande que Waters se quedó en silencio, mirando alrededor, abrumado: hasta dos veces hizo ademán de dirigirse al público sin éxito porque los aplausos no cesaban. Finalmente cuando volvió la calma, nos dio las gracias por todo el amor que sentía en el aire ese momento, y deseó que algo de ese amor les pudiera llegar a los políticos de todo el mundo para que dejaran de cargarse el mundo y tuviéramos algo valioso que legar a nuestros hijos y nietos. Mother fue la bisagra perfecta para casar las vertientes reivindicativa y melancólica que habían recorrido toda la noche, y llevarnos al momento de catarsis colectiva que fue Confortably Numb. Entre sus épicos acordes finales, entre los estallidos de confetti, los lásers de colores y las lágrimas en los ojos, las dos manos que llevaban toda la noche buscándose en la pantalla por fin se llegaron a unir.

Y así nos quedamos al acabar la música y apagarse las luces, como recién despertados de un sueño. Un sueño feliz y muy real, irrepetible en su perfección, que ocupará un lugar de honor en nuestros recuerdos. Algo que llevar con nosotros siempre, como un amuleto que nos recuerde lo que es la felicidad, hasta que nos llegue la hora.

 

 

 

 

Crónica y fotos dedicadas a la memoria de José López.

About Rosario López

Autodidacta, su pasión por la música y la fotografía desde que tiene uso de razón ha desembocado en su especialización como fotógrafa de conciertos. Empezó a inmortalizar momentos decisivos desde el foso para varias publicaciones online en 2008. En 2013 fundó Flashes And Sounds para dar rienda suelta a su pasión por el periodismo musical. Cree en las fotos que se pueden escuchar.
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