[CRÓNICA + FOTOS] Incubus vuelven a tomar el Razz 11 años después

El domingo pasado a las nueve de la noche Razzmatazz estaba llena hasta la bandera y en plena ebullición, y la ocasión bien lo valía. Incubus volvían a la emblemática sala barcelonesa 11 años después de su última visita, presentando Light Grenades. Muchos de los que estuvieron presentes entonces empiezan a peinar canas y a estas alturas de la carrera de la banda ya parecía imposible disfrutar de Brandon Boyd y los suyos en semejante distancia corta: las entradas habían volado al poco de ponerse a la venta, y se respiraba en el ambiente ese cúmulo de expectativas nerviosas que precede a las grandes ocasiones.

Empecemos por mencionar el elefante en la habitación: en noches como estas el público ya suele llegar contento de casa, sabiéndose afortunado por el simple hecho de poder estar ahí, y este concierto no fue una excepción, sino más bien el mejor ejemplo que se me ocurre de todos los que he podido ver hasta ahora. Los fans fueron en esta ocasión el sexto miembro del grupo, y el más infalible sin duda: el que salvaría en última instancia todos los trompicones de la noche (que los hubo) a base de sobreexcitación, entusiasmo y nostalgia. Los fans fueron de nueve, y no les pongo el diez porque de tan ensordecedores que fueron los gritos de pasión en algunos momentos… no se oían ni las canciones.

Pero vamos a la crónica de lo que hizo el grupo, que es por lo que estamos todos aquí. La banda salió a escena entre aplausos y gritos, con un Brandon motivado e inquieto trotando por el escenario, y nos dedicó un comienzo de conciertos de esos que hacen que te debatas entre volverte loco a saltar o dejar caer una lagrimita. Privilege sonó tan desafiante como divertida, vocalmente intachable, y fue quizá el momento máquina del tiempo más puro que vimos en toda la noche. El público se desgañitaba con cada fraseo, había ritmo, había flow, y la sala se venía abajo.

Le siguieron Anna Molly y Megalomaniac, que mantuvieron el tono, y con semejantes trallazos iniciales, a muchos se nos hizo la boca agua pensando en lo que podía estar por venir. Ocho discos dan para mucho, y los californianos tenían en sus manos la oportunidad de poder marcarse un setlist memorable hilvanando lo más granado de su discografía, así que muy a mi pesar he de avanzar desde ya que ese fue uno de los aspectos en los que no acabaron de resolver. Cierto es que la intención estaba ahí, el querer picotear de los hits más legendarios de la banda de Make Yourself y Morning View, y entremezclarlos con un buen puñado de canciones de temperamento más pop pero efectivas para contentarnos a todos, independientemente de la generación a la que pertenecieras o en qué disco descubrieron al grupo. Es innegable que con los años Incubus han ido redirigiendo su repertorio hacia territorios más pop, con composiciones más comerciales, y están en su derecho y no es esa decisión artística lo que ponemos en duda aquí. A veces la combinación, llena de contrastes, entre el material más loco y vintage y los temas más bailables hacía click, era refrescante. Pero lo que duele a quienes les seguimos desde el principio es comprobar cómo dedicaron un tiempo precioso de una noche como esta a juguetear, metiendo versiones que no siempre se vieron justificadas estilística ni a nivel de actuación, mientras se giraba la espalda definitivamente a la opción de haber usado ese metraje para incluir algún guiño más del S.C.I.E.N.C.E, uno de sus mejores y más queridos discos (le pese a quien le pese). Las versiones aparecieron cuando más calentito estaba el concierto, cuando lo que tocaba era sacar la artillería pesada que nos hiciera derretirnos, y lastraron el ritmo de la segunda parte de la noche. El caso más flagrante fue la innecesaria versión de Wicked Game de Chris Isaak, que el grupo no hizo por llevarse a su terreno y que flotó sobre nuestras cabezas envuelta en un aire de extrañeza generalizada (por muy sexy que la cantara Brandon). Algo mejor funcionó la de INXS, Need You Tonight, aunque también acabó por arrastrarse más de lo necesario. Entre ambas dejaron caer  Calgone, la que acabaría siendo la única referencia a su segundo álbum, una tabla de salvación de gamberrismo sónico y contundencia a la que nos agarramos los que empezábamos olernos que no le harían ni una concesión más a ese trabajo con el que teóricamente se habían reconciliado al fin. Un trocito de r&b en medio de la última canción del concierto por aquí, otro trocito de Panjabi MC por allá… puestos a metamorfosear sus temas, en lo justo de la dosis hubiera estado la clave y por eso fue la casi breve referencia tocaya a Pink Floyd en medio del hit Wish You Were Here la que se ganó al público y la única que, para mi gusto, tuvo razón de ser.

No me malinterpretéis los que leáis esto: aunque el concierto se les fue de las manos con lo extraño del setlist, la noche tuvo sus momentos brillantes. A Kiss To Send us Off y sobretodo Circles llegaron con pegada y brillaron con luz propia a pesar de los problemas de sonido que empañaron la actuación: el enigma de qué estaba haciendo el técnico de sonido del grupo para que todo sonara tan descompensado nos trajo de cabeza toda la noche, y afectó sobretodo a las guitarras: la mayor parte del tiempo las guitarras sonaran muy lejos, o directamente quedaban sepultadas por el sonido del bajo. No sabemos si la actitud tan pasiva de Mike Einzinger durante todo el concierto estaba o no relacionada con ese fenómeno, pero estaba como el sonido de su instrumento: distante. Daba la sensación de que Brandon y Ben Kenney, bajista, iban por un lado, encendiendo al público, disfrutando del estar allí, y que el guitarrista estuviera en su propia burbuja. Por suerte Brandon tiró del carro con profesionalidad, sonrisas y carisma y fueron cayendo bombazos como Pardon Me, y temas más eclécticos como Echo y Absolution Calling (canción de sensibilidad más bailable que no sé hasta qué punto el público llegó a apreciar como es debido).

 

Ya en tiempo de descuento, en el bis, Are You In? fue muy bien acogida en su simplicidad. Si había una canción que podía pegar un buen volantazo al concierto y encararlo de nuevo a cotas de emotividad más altas, ese era el pedazo de himno atemporal que es Drive. Alcanzar la redención ante los contras de la noche hubiera sido tan sencillo como tocarlo con el mismo empuje y fidelidad con el que se abordaron las canciones iniciales del concierto, pero para nuestra sorpresa nos encontramos con que Brandon se echó a la espalda toda la primera estrofa y estribillo en modo casi a capella, con guitarras mínimas. Era Drive versión lounge. Incluso cuando al fin entró la instrumentación completa a la segunda vuelta, lo hizo un poco a medio gas de volumen, pero el público respondió entusiasmado de todas formas. Coreamos la canción como si nos fuera la vida, llevados por la emoción  de escuchar la canción en sí y recordar tiempos pasados.

La festiva A Crow Left of the Murder, con su ritmo galopante, resultó ser un epílogo enérgico que nos unió a los fans de la vieja escuela y a los nuevos y que nos hizo acabar la noche saltando y gritando. Un final efectivo pero sin fuegos artificiales, donde por momentos pareció que por fin todo estaba cerca de sonar como tenía que sonar.

Personalmente mi sensación es que a pesar del arrojo de un Brandon que estuvo estelar, entre unas cosas y otras, nos hemos quedado a un palmo de disfrutar de la banda (entera) y su discografía como la ocasión merecía. Pero sin duda hubo momentos para el recuerdo, destellos de genialidad, y la mayoría del público salió tan encantando como entró. ¿Bien está lo que bien acaba?

About Rosario López

Autodidacta, su pasión por la música y la fotografía desde que tiene uso de razón ha desembocado en su especialización como fotógrafa de conciertos. Empezó a inmortalizar momentos decisivos desde el foso para varias publicaciones online en 2008. En 2013 fundó Flashes And Sounds para dar rienda suelta a su pasión por el periodismo musical. Cree en las fotos que se pueden escuchar.
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