El miércoles por la tarde la Sala Apolo se preparaba para algo grande. Aunque con una entrada un poco más modesta de lo que cabía esperar siendo fecha única estatal, la cantidad de gente quedaba compensada con las ganas de los que estábamos allí. Dillinger Escape Plan volvían a Barcelona después de su última visita, hace nada menos que cuatro años ya, y con disco nuevo bajo el brazo, el brutal en forma, título y contenido One Of Us Is The Killer.
La noche la inauguraron las dos bandas francesas Hypno5e y Veracruz, con efectivos directos que sirvieron para poner a tono al personal antes de que llegara el turno de los cabezas de cartel.
Sobre las nueve y media y con la gente ya apretujándose en las primeras filas, los de Greg Puciato salieron de la nada y empezaron pisando el acelerador, de 0 a 100 kilómetros por hora en un segundo: una avalancha de ruído y caos entre luces aturdidoras. La nueva Prancer fue lo primero que sonó en un comienzo de concierto que se sintió en la pista como un puñetazo que te viene desde todas direcciones, aunque quizá el moshing instantáneo que se montó también tuvo algo que ver.
Hay que estar muy seguro de tu reperatorio para acabar de “caldear” el ambiente sacando el armamento pesado a la primera de cambio, pero a la banda no le tembló el pulso al descargar el tema bandera de su anterior disco: Farewell, Mona Lisa. Con él presenciamos algunos de los momentos más incendiarios a nivel de actitud a cargo del grupo, capitaneados por el impresionante Greg Puciato, showman sin igual, y un Ben Weinman que se encaramaba a donde hiciera falta sin pestañear y que seguía explorando sus propios límites físicos entre saltos, bandazos y empujones que te hacían preguntarte cómo se las arregla para seguir tocando la guitarra como si nada. Ahí se abrió también la veda del stage diving, que a partir de ahí sería una constante durante todo el concierto regalándonos momentos de locura absoluta y alguna que otra caída de las que duelen ver.
Siguieron la ya clásica Milk Lizard y el trallazo de Panasonic Youth con la banda dándolo todo, y Greg agachándose junto a las primeras filas, y agarrando del cuello a los fans más valientes y compartiendo micro. Sonó espectacular la inquietante Happiness Is A Smile, que no está incluída en el último disco (la vendían en el stand de merch sólo como un siete pulgadas limitado). Las tinieblas y la rabia de Room Full of Eyes cerraron la que para mí fue la mejor progresión de temas del setlist, coronada por uno de los momentos más míticos de la noche, al salir Ben caminando por encima de las manos y cabezas del público a lo Moisés sin perder ni una nota. Su show es como su música: intrincado y a veces desconcertante, pero también musculoso, imprevisible y embriagador. Y a pesar de todo, es como una maquinaria perfectamente engrasada, porque la clave es que por encima de las locuras que hagan, son unos músicos de la ostia.
El concierto se desarrolló sin bajar el ritmo en ningún momento, sin casi pausas entre canciones, en un esfuerzo titánico del grupo por no malgastar ni un segundo de su tiempo de actuación. Algo que casi causa una sensación de irrealidad dado el nivel al que tocan (lo de Billy Rymer a la batería no tiene nombre). Tienen una clara política de cero relleno, y mucha más comunicación física que verbal, detalle que hay que aplaudir: porque, ¿qué preferís, que el artista de turno diga lo mucho que le gusta tu ciudad y mencione la paella y el sol, o que salte al público a abrazar a la peña, sudoroso, mientras canta? Viendo a DEP en acción queda clara una cosa: estamos ante una banda ante todo se lo pasa bomba actuando para su público y ese estado de rabiosa euforia que les posee se transmite al público.
A DEP les caracteriza la tralla, sí, pero no hay que olvidar el vozarrón que tiene su cantante cuando se pone melódico: y esta noche brillaron especialmente las melodías vocales a lo Faith No More en Nothing’s Funny y One Of Us Is the Killer. Un par de temas más, una marea de brazos en alto, una veintena de stage divings y un circle pit inmenso después, la banda se plantó en el bis, que traería dos sorpresas más: la versión más bruta y gamberra del Come To Daddy de Aphex Twin (orgásmica) y la final Sunshine The Werewolf, justa cumbre del concierto: con la banda tocando el cambio final, subió escenario un fan, y luego otro, y otro, y ya que estábamos la banda animó a subirse al resto. Con decenas de personas invadiendo el escenario atestado del Apolo, y cantando mientras aupaban a hombros a Ben, Greg y hasta Billy (y hasta a sus herrajes de la batería): así, señores, así es como se hace que un concierto sea involvidable.
CRÓNICA Y FOTOS: ROSARIO LÓPEZ
VIDEO: OSUKARU SYBERIA
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