Nunca había ido al Cruïlla, y tras hacerlo en la presente edición no se puede negar que es un festival diferente. Es difícil de explicar. No es de cumbas ni de poppies, ni de hipsters ni de heavies. No ves a gente uniformada ni tampoco intentando ser la más original. Sólo hay gente normal, de todas las edades, con todo tipo de pintas, con un común denominador: las ganas de pasarlo bien. Te encuentras a un tío bailando con un grupo de reggae y acto seguido, disfrutando de un cantautor folk o una banda de rock instrumental. Es la gracia de este festival, que no se pone límites estilísticos, y atrae a un público abierto de mente y con ganas de escuchar qué se cuece sobre cada escenario. Estuvimos allí y os ofrecemos la crónica del viernes, como muestra un botón.
Abrimos el festival con la esperada actuación de Cat Power en el escenario Deezer. Tras una breve espera apareció en el escenario una valiente y cambiada Chan Marshall (hacía demasiado tiempo que no la veíamos) para presentarnos su nuevo álbum. En lo que fue un concierto que fue de menos a mas, Cat nos dio un tour completo por este nuevo trabajo llamado Sun en el cual baso buena parte del Show, con canciones como la magistral Nothing but time, Ruin o Real Life, pero en el que también pudimos escuchar clásicos como Metal Heart y The Greatest. Como colofón final Marshall agradeció la presencia de sus seguidores lanzando unas hermosas rosas blancas.
Acto seguido bajamos al escenario Estrella Damm, el grande, para disfrutar de la calidez de la propuesta del siempre emotivo Rufus Wainwright. Viejo amigo, o debería decir amante, de la ciudad condal, a Rufus no le hizo falta nada más que su piano, su guitarra y algunos comentarios cómplices con su público para ponernos una sonrisa en la cara, y el vello de punta por todo el cuerpo. Artistas como él hacen que parezca fácil reunir a una de las mayores multitudes de todo el festival. ¿La puesta en escena? Sobria en comparación con las de sus comienzas, pero qué más da cuando se pueden disfrutar de canciones como la versión de la mítica Hallelujah, Memphis Strong o la ya clásica Going to a Town mientras a nuestras espaldas se pone el sol. Prácticamente insuperable.
Después de tantos años sin verles, queríamos ver bien a Suede, y finalmente nos esperamos hasta su concierto cerca del mismo escenario anticipando el gran momento. La expectación estaba totalmente justificada: el público rompió a gritar y saltar desde el mismo momento en que Brett Anderson y los suyos saltaron a la escena, y es que el grupo ya despegó dispuesto a dar un puñetazo sobre la mesa frente a quienes creyeron que su separación hace años era definitiva. Han vuelto más fuertes, más glamourosos y más honestos que nunca, y los temas de su nuevo Bloodsports sonaron casi tan intensos como sus grandes éxitos. Brett Anderson parecía haberse bebido el suero de la eterna juventud: saltando, cantando con todas sus fuerzas cada nota, deleitándonos con sus característicos malabares de cable del micrófono y en definitiva, sudando la camisa. El setlist del concierto fue acertadísimo, con un toque épico y festivo que no bajó la guardia en ningún momento, y un equilibrio sano que mostraba que los nuevos temas (Barriers, It Starts and Ends With You, Sometimes I Feel I’ll Float Away) no tienen nada que envidiar a los antiguos. Pero los éxitos, oh, los éxitos. Qué grandes. El comienzo de She fue tan explosivo y elegante a la vez como una botella de champán al abrirse, y ahí comenzó la verdadera fiesta, con Trash y Animal Nitrate y We Are the Pigs pisándole los talones. Pocos temas “must” quedaron fuera del saco, con New Generation, The Wild Ones, The Beautiful Ones y Saturday Night (con Brett lanzándose al foso a darnos la mano a las primeras filas) poniéndonos la piel de gallina. Y habrá quien diga que tirando de nostalgia y de grandes éxitos es fácil dar un buen concierto, pero creo que no se puede llamar nostalgia a lo que vimos esa noche, no es nostalgia tan solo si ese pedazo de showman las defiende con uñas y dientes hasta convertirlas en himnos actuales. Una gran noche para el recuerdo.
La noche la acabaríamos pillando a medias ya al concierto en que los héroes locales Standstill presentaban Cénit, en un espectáculo especialmente diseñado para embelesar con sus juegos de luces y proyecciones. Una pena no haber podido verlo entero (se solapó con el final de Suede), pero eso no evitó que nos emocionáramos con la mezcla de oscuridad y alegría de canciones como Tocar el cielo o Me gusta tanto. Siempre infalibles, siempre removiéndonos el corazón con emociones compartidas.
Y aunque la noche seguía con otros grandes nombres, nos quedaba todavía por disfrutar la segunda jornada y había que dosificar fuerzas. Nos marchamos, mientras el corazón nos lo agradecía: ya no le cabían más emociones fuertes.
Crónica: Rosario López (Suede, Rufus W. y Standstill) y Desireé Ariza (Cat Power).
Fotos: Rosario López