[CRÓNICA + FOTOS] SWANS: ATURDE Y VENCERÁS

FS_Swans_8103_FINALEl domingo pasado, a las puertas de la Apolo barcelonesa, se repetía un ritual familiar para muchos: el personal de la sala nos entregaba diligentemente a todos los que entrábamos al concierto un par de tapones para los oídos. Los Swans volvían a la ciudad, esta vez por última vez con la formación actual, y de nuevo prometían la hipérbole hipnótica que siempre nos hace volver a por más.
Abriría la noche Baby Dee con una propuesta diametralmente opuesta a la de los cabezas de cartel. Nos visitaba en formato dúo, acompañada de su sobrino, y su recital se encontraba a medio camino del sonido de un cabaret etro y decadente y el folk. Armada de su acordeón, desgranó un repertorio que lo mismo dedicaba canciones a las felices abejas que dialogaba con Jesús. Con una sonrisita, avisaba al principio de casi cada canción, this song is a bit creepy, y no decepcionaba. Gracias a su voz y a su excéntrica personalidad en el escenario, fue un concierto más que disfrutable si te sumergías sin prejuicios en su universo alternativo.

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FS_Swans_7836_FINALLlegó el momento de los neoyorkinos y nos bastarían cinco minutos de derrame sónico para recordamos la razón de ser de los tapones y de lo anchos que estábamos en primera fila: el nivel de decibelios de la descarga de Michael Gira y los suyos raya lo masoquista. Si les has visto antes ya sabes que tocan fuerte, pero en cada nuevo concierto suyo al que vas tienes que reajustar la idea de lo que es “tocar fuerte” porque tu recuerdo se quedaba corto. En esta gira no cuentan con el que para muchos era uno de los mayores encantos de la banda, el percusionista y multiinstrumentista Thor Harris, que tantas dinámicas rítmicas gloriosas nos había regalado junto al baterista, Phil Puleo, en ocasiones anteriores. Pero eso no fue obstáculo para que la inicial The Knot avanzara ardiendo a fuego lento entre dejes chamánicos, con Gira de brazos abiertos entre focos rojos o provocando al resto de la banda, entregado al flujo de energía que emanaba de los instrumentos, y que cada uno de nosotros se convirtiera en una especie de caja de percusión andante donde órganos que no recordábamos que tuviéramos reverberaban incesantemente, al borde del dolor. Una lección de anatomía a través del sonido donde nuestro tímpano nos pedía clemencia inútilmente, porque vuelta tras vuelta, envestida tras envestida de las guitarras, con bajo y batería apuntalando el conjunto en la agresiva y directa Screen Shot, escogíamos no hacer caso al instinto de supervivencia, no mirar atrás y recorrer de la mano de estos locos la delgada línea que separa dolor y placer. Sobre el escenario la banda también llevaba a cabo su propio ritual, el de las miradas: Christopher Pravdica al bajo, con sonrisa de la que estamos liando, Christoph Hahn tan encendido que enroscaba las piernas en el soporte de su steel guitar, casi llevándosela por delante, Phil Puleo machacando su batería con los movimientos más plásticos posibles, Paul Wallfisch gritando tras su teclado, Norman Westberg analizando cada nota y Gira, lanzando patadas al aire, enfrentándose a unos y otros por momentos, desbocado, desafiándolos a todos. Su música te agarra por los hombros y te zarandea, y no vale apartar la mirada, ni ceder a la presión y el mareo y poner distancia con el escenario, solo entregarse a esa extraña comunión del ruido y las repeticiones. Tres días después, sigue con nosotros la sensación indeleble de haber sido testigos de la banda sonora del apocalipsis. Y cruzamos los dedos para que el pitido de oídos sea solo temporal.

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TEXTO Y FOTOS: ROSARIO LÓPEZ

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